Redacción Marlone Serrano
En tanto, en lo profundo de las sierras, selvas y llanuras mexicanas, las comunidades rurales están enfrentando la crisis climática con una estrategia que ha probado ser tan antigua como poderosa: vivir en equilibrio con la naturaleza.
En regiones donde los efectos del calentamiento global ya son palpables —sequías más largas, lluvias desfasadas, plagas en cultivos, escasez de agua—, campesinos, ejidatarios e indígenas han desarrollado soluciones verdes basadas en el conocimiento ancestral, la organización colectiva y la adaptación práctica.
Estas acciones, que rara vez ocupan titulares, son en realidad piezas fundamentales para la resiliencia ambiental del país. Y revelan una verdad incómoda: quienes menos contribuyen al cambio climático, son los que más hacen por mitigarlo.
Del maíz al milpa: agroecología como resistencia climática
En Oaxaca, Chiapas, Veracruz y otras regiones, miles de familias campesinas están recuperando sistemas tradicionales de cultivo como la milpa —maíz, frijol, calabaza y chile, todo en el mismo terreno—, que favorecen la conservación del suelo, el ciclo del agua y la biodiversidad.
Organizaciones como MA OGM, Semillas de Vida y redes de agroecología trabajan con comunidades para rescatar semillas nativas, fomentar la producción sin agroquímicos y reducir la dependencia de fertilizantes fósiles.
Este modelo contrasta con la agricultura industrial, que degrada los suelos, depende del petróleo y emite grandes cantidades de gases de efecto invernadero. Al mismo tiempo, garantiza la soberanía alimentaria y fortalece la economía local.
“El cambio climático nos está obligando a volver a lo que siempre funcionó”, dice don Macario, agricultor de la Sierra Mixe. “Ahora ya no solo sembramos comida, también sembramos futuro”.
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